Hace algunos días las redes sociales resultaron sorprendidas, pues salieron a luz los audios de Enrique Quique Godoy García-Granados, comisionado presidencial para Puertos y Aeropuertos, en donde este comenta muy casual y despreocupadamente sobre el caso de la Portuaria que tanta atención mediática ha ganado en estos días, y con justa razón. Estos audios, filtrados muy probablemente por la interlocutora –Bárbara Hernández, una autoproclamada “activista” de Derechos Humanos, que nadie entiende de dónde salió y qué objeto tiene, siendo cubana con un interés particular en Guatemala, creando caos desde Florida- que acosa a Quique Godoy en dos llamadas, vienen siendo una nueva forma de operar a través de las redes, una variante de bullying cibernético para desinformar, crear presión y confusión, pues, como es bien sabido: en río revuelto, ganancia de pescadores.
Más allá de lo que Quique Godoy dijera, que aunque fue un shock escuchar declaraciones tan sinceras de alguien que usualmente se ha dejado ver como figura pública en medios, con un tono más conservador en cuanto a sus impresiones, hay que poner atención en la forma de operar de ciertos personajes que buscan desestabilizar a cualquier costa para poder salir beneficiados.
Allan Marroquín, quien fuera el interventor de la Portuaria Quetzal, descaradamente arma todo un caso para, de esa forma, victimizarse y poder solicitar asilo político en Estados Unidos. Dentro del caso TCQ, Marroquín es implicado directamente en el usufructo fraudulento que se realizó en tiempos del mal llamado gobierno “Patriota”, y ahora, cínico a más no poder, se alía con la ¿activista? de Derechos Humanos y, abusando de una mera ingenuidad de Quique Godoy, logra crearse una fachada moral.
El prófugo Marroquín, quien había declarado en un video que se entregaría en estos días para “aclarar su situación legal”, obviamente no cumplió, y ahora sale esta señora abogando por su amigo y por la “pena” de que la vida de todos ahora corre peligro. De verdad, qué forma tan barata de hacer un caso.
Godoy peca de inocente/imprudente. Ya no está en medios y su deber no es informar, menos a una persona que aparece de la noche a la mañana con cero credibilidad. El problema reside en querer ser el informante, cuando ese papel ya no es el del comisionado de la Presidencia. Y lo que deja claro es que, aún después de haberse filtrado las llamadas, Godoy parece estar perdido, preguntándose si alguien en el aeropuerto lo pudo haber grabado. Este fue un caso, de forma muy rudimentaria, para tratar de salvar lo insalvable. ¿Qué lecciones deja esto? Primero, demuestra la vulnerabilidad a la que se presenta cualquier persona en redes sociales. Una noticia que antes hubiera costado hacerla relevante, en esta era se vuelve viral en cuestión de segundos. Antes, el acceso a la información era tan complicado: en tiempos que datan desde Cerezo, de varias se salvaron, pues mucha información quedó como un vago recuerdo en el imaginario colectivo, ya que no se logró masificar por falta de tecnología.
Estos son otros tiempos: las campañas mediáticas y agendas ocultas que puedan tener diferentes personajes dentro de la coyuntura ya no se lanzan a través de panfletos desde aviones. Es la nueva guerra psicológica, que ha avanzado junto a la nueva tecnología, y se ha montado en la comodidad de desprestigiar a través de las redes sociales, en donde un mensaje se puede esconder detrás de una cara que funciona como testaferro de una estafa, abogando por la justicia del criminal.
Saber discernir como ciudadanos responsables dentro de tanta información que ahora se despliega, es uno de los conflictos que se nos presentan dentro del panorama de información/desinformación al que somos expuestos diariamente. Saber leer entre líneas las intenciones de ciertos actores, más allá de la confusión y del amarillismo que quiera crearse, es una obligación que debemos imponernos para no ser, como Quique Godoy, víctimas de una ingenuidad crónica de la que celebran y se sostienen estas tarántulas.