Julio Abdel Aziz Valdez
A mediados de marzo del 2021 ha resonado el anuncio de parte del Vaticano con relación a la beatificación de 10 religiosos muertos en Guatemala en el periodo más cruento del conflicto armado que asoló varias regiones en casi toda la década de los ochenta.
Tres sacerdotes españoles misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, José María Gran, Faustino Villanueva y Juan Alonso junto con los catequistas laicos Rosalía Benito Reyes Us, Domingo del Barrio, Nicolas Castro, Tomas Ramírez, Miguel Tiul y Juan Barrera Méndez que por cierto era un niño, de la muerte de todos ellos ha sido culpado el Ejército de Guatemala debido a su responsabilidad en las acciones contrainsurgentes llevadas a cabo, dicho extremo aun no ha sido dilucidado pero tampoco sería seria de extrañar, sin embargo hay otros aspectos a tomar en cuenta.
Hay que aclarar que esta beatificación es de gran importancia para la feligresía católica, sobre todo, para aquella que sigue creyendo que la muerte de los religiosos en aquella fatídica época se debió por entero a su labor pastoral, sin embargo, con el cambio cultural que avanzo en forma acelerada desde que acontecieron aquellos hechos la perspectiva de estas muertes también ha cambiado.
Es un hecho innegable que la iglesia católica es, además de ser el ente rector del cristianismo católico como guía espiritual, también es un ente político y como tal actúa, la construcción de la imagen del mártir como la reafirmación del victimismo inherente a la misma configuración del discurso que exculpa a los religiosos católicos de su participación en el conflicto armado, no quiero con esta afirmación exculpar a los responsables de tales muertes, seguramente hoy están siendo encauzados criminalmente a diferencia de los responsables de la iglesia de aquel tiempo que gozaron de total impunidad.
En esa reconstrucción de la historia, acorde a la perspectiva política actual, los religiosos fueron víctimas inocentes, que dieron su vida en la defensa del atribulado pueblo que resistía heroicamente a las huestes criminales del Estado, atrás quedó la teología de la liberación, el llamado a las armas que se hicieron desde los pulpitos, la decidida participación de laicos, comunidades de base en fin de toda la estructura eclesial, incluso con visos de intervención extranjera por parte de religiosos españoles participantes en actos de guerra. Esto resulta incoherente, históricamente hablando, porque la participación de religiosos en la guerra civil española y en la guerra cristera en México es motivo de orgullo, pero en Guatemala la acción insurgente fue tan pusilánime que aceptar su participación en ella podría ser motivo de vergüenza, por lo que el recurrir a la victimización paralela es el recurso para negar por completo que hubo un conflicto armado y que ellos fueron parte de él.
Se trata de consolidar la narrativa del genocidio indígena y desaparecer todo recuerdo que evoque un conflicto armado, recuerdo ahora como la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado desdeño el factor religioso en su recuento histórico del conflicto, algo que hoy en día resulta tan paradójico, se la ha despojado a aquellos que dieron su vida del discurso por el cual brindaron la vida y que hoy es elevada en forma de un inmaculado Beato.
No puedo generalizar en este punto, esa visión sesgada del catolicismo no es la predominante en la feligresía, es más el poder sustentado en obispos alejados de su propia comunidad no se dan cuenta que esto más que elevar el nivel de espiritualidad expulsa a muchos a los brazos de otras congregaciones religiosas. Detrás de aquellos que murieron con un crucifijo en la mano y el convencimiento de que la revolución seria cristiana o no lo sería, hoy se erigen templos pentecostales.
Mientras la iglesia, que al parecer le interesa más construir nuevos santos que el brindar consuelo a los creyentes en esta época de gran dificultad, no logre realmente ver con criticidad aquel pasado vergonzoso de quienes usaron sus atrios para inmolarse en pro de un proyecto que demostró en Nicaragua y El Salvador ser un error histórico, nunca encontraran la paz, el trauma seguirá latente y de ello se aprovecharan los falsos guías que hoy asumen solvencia moral para hablar por los muertos.