Por: José Roberto Dardón López
Continuando con el Serranazo he de explicar que, para entender lo complejo de la coyuntura política y sus repercusiones en los medios, es necesario proseguir el panorama reseñado de aquellos lejanos días; asimismo del intento por doblegar la voluntad de los gobiernos municipales, otro factor que el mandatario Serrano Elías tampoco evaluó con seriedad fue a quien correspondían las lealtades dentro de las Fuerzas Armadas de la República Guatemalteca.
El presidente creyó que los militares lo apoyarían en su intentona golpista, valiéndose de vulgares argucias similares a las perpetradas con los alcaldes mediante dádivas materiales. Con lo que Serrano Elías no contó fue que la institución armada había quedado curada en salud tras la amarga experiencia de cogobernar el país entre 1966 y 1985.
Según el mandatario, al recibir el apoyo moral del jefe de Estado Mayor Presidencial ―EMP―, Gral. (R) Francisco Ortega Menaldo (1943) supuso tener “carta blanca” del Ejército; incluso con el visto bueno el entonces ministro de la Defensa Nacional, Gral. (R) José Domingo García Samayoa (1945).
Es de hacer notar que en aquel entonces el EMP era tanto el ente de mando operativo de los cuarteles como el coordinador de la inteligencia militar; aunque el ministro siempre es quien dirige plenamente la institución armada. Ésta es, pues, otra muestra sobre la cortedad de miras estratégicas del exmandatario.
Vale mencionar que posteriormente, Ortega Menaldo fue señalado de ser uno de los cerebros detrás del fraude en las aduanas desde los lejanos días del embargo americano de armas a Guatemala en 1977 (Sabino, 2017, pág. 55); aunque en varias ocasiones él mismo lo ha negado enfáticamente (Juárez, 2016).
En todo caso, el presidente Serrano coronó su imprudencia al pelearse con los medios de comunicación luego de confluido su segundo año de gobierno. Las pugnas con la prensa llegaron a su apogeo del 25 de mayo de 1993 cuando impuso un rígido control sobre todos los medios de comunicación ―fueran orales y/o escritos―.
Durante la semana de censura el gobierno encomendó la tarea a la Secretaría de Relaciones Públicas de la Presidencia que era dirigida por Arturo Alvarado Pérez, cuya asistente era la periodista Roxana Baldetti Elías (1962). Por aquellos días la subsecretaria Baldettí Elías ya proyectaba rasgos de cinismo y desfachatez que más tarde volvería proverbiales al fungir como vicepresidenta de la República.
Según las fuentes consultadas, su conducta iba desde el derroche en viáticos por el extranjero (Galicia , 2015) hasta el fomento entre sus subalternos de un incipiente y peculiar culto a la personalidad del presidente Serrano (Redacción de Crónica, 1993, pág. 12).
Para quienes recuerden el paso de Baldettí Elías por el Congreso hace algunos años caerán en la cuenta de aquel refrán popular que reza, “árbol que crece torcido su rama no endereza”. Existen varias anécdotas que narran aquellos días de zozobra para quienes ejercían el peligroso oficio de la comunicación.
Una de las menos conocidas le ocurrió al joven abogado José Eduardo Valdizán Mendoza (1960) quien, tras desaparecer “Aquí el Mundo” del canal 3 en 1989, continuo forjando su carrera periodística de otro telenoticiero importante de aquellos años: “Teleprensa” del canal 11.
Según la fuente consultada, con el fin de amedrentar a los concesionarios de esta frecuencia de televisión abierta, la secretaria de RR.PP. de la Presidencia insistió en que sí Valdizán Mendoza no se retiraba, procederían de igual forma en que el gobierno de Cerezo Arévalo hizo con canal 3, cinco años antes: cerrar el medio.
Salvando las distancias del tiempo y, teniendo presente el estilo tan directo y sin rodeos característico de Valdizán Mendoza, cabe preguntarse: ¿debería extrañarnos el miedo del gobierno frente a medios de comunicación, verdaderamente independientes, como “Teleprensa”?
Ofrezco formalmente el desenlace del Serranazo para la próxima semana, puesto que el ‘quid’ de la cuestión sobre la censura oficial a la libertad de expresión se matizó con los años a formas muy sutiles, pero siempre aberrantes.
