Por: Marco Vinicio Mejía
Eloísa Velásquez, la «Locha», es el objeto de una publicación reciente. De entrada, la caracterizan como «consejera, asesora política, intelectual, artista, matrona.» Con eufemismos, sin llamar pan al pan, y vino al vino, evitan calificarla como puta. Es un texto escrito por una periodista que investigó y presentó sus datos y sus fuentes, escarbó en archivos y en bibliotecas. El mundo que presenta no es el de la realidad, sino el del mito. La prostituta que aparece no es la puta de la realidad, ni la de una crónica de prensa, ni la de una novela realista. Es la imagen mítica, constituida por el anhelo de remembranza, el rompecabezas armado con discursos ajenos y justificaciones teóricas de otros mundos.
La prostitución no es expresión de libertad sexual de la mujer. Generalmente, se relaciona con la violencia, la oportunidad de hacer dinero fácil y la cultura machista y patriarcal. La mayoría de las prostitutas son mantenidas por medio de la fuerza. A menudo, venden sus servicios como resultado del abuso sexual y emocional en la infancia, privaciones y presiones económicas, marginalización, pérdida de identidad, manipulación y decepción.
En el ahora guatemalteco, la prostitución la fomentan las instituciones que seleccionan mujeres dedicadas a la sexualidad erótica, como edecanes o modelos, presentándolas como «objetos eróticos», para que sean admiradas y deseadas. Es consecuencia de una dinámica sexual en la que unos demandan, otros ofertan y las mujeres tienen la llave.
Los hombres con problemas en sus relaciones con las mujeres compran sexo. Por eso, la prostitución es un problema masculino. Como todo el mundo desea ser querido, hay hombres que viven con impresiones contradictorias en una relación en la que interviene el interés, sea el que sea. Y las mujeres tienen el sentimiento de culpa de no mantenerse en el lado bueno de la dicotomía prostituta/virgen, como personas que no han criado a sus hijos con el apoyo y compañía de un compañero que proporciona afecto, ternura y recursos.
El machismo ha impuesto la idea de que existen «buenas» y «malas» mujeres. Oscar Wilde no cree que «pueda dividirse a las personas en buenas y malas, como si fueran dos razas o creaciones distintas. Las denominadas buenas mujeres pueden ocultar cosas terribles, un mal carácter, irresponsabilidad, resentimiento, envidia y pecados. Las malas mujeres, como las llaman, pueden estar llenas de compasión, arrepentimiento, piedad y sacrificio.