Mario Mérida. Comunicador, escritor y docente universitario
Invocar la opinión pública, es generalmente un ardid de quienes pretenden reunir la coincidencia de un comentario particular, como universal. Por ejemplo, se dice la opinión pública está en desacuerdo con “x” decisión gubernamental; la opinión rechaza la brutal persecución contra los exfiscales de la CICIG; la opinión pública apoya las acciones de los EE. UU, para rescatar el sistema de justicia guatemalteco; la opinión pública cuestiona la vacunación, o la mayoría de la opinión pública condena y rechaza la invasión rusa a Ucrania, etcétera.
Cada una de las generalizaciones anteriores puede ser refutada. Ciertamente, quizás algunos guatemaltecos, no están de acuerdo con la ampliación presupuestaria (Q 3.1 millardos), para la construcción de carreteras aprobada por el Congreso para el Ministerio de Comunicaciones e Infraestructura. En contraposición, es válido inferir sin mayores estudios, que la opinión pública de las comunidades beneficiadas, es favorable y aplaudible.
Otro ejemplo, está relacionado con el nivel de desconfianza de la vacunación supuestamente expresado por la opinión pública, antes de la encuesta publicada por Prensa Libre (15/03/2022), la cual explica que “Uno de cada 5 guatemaltecos aun desconfía de vacunas”. Asimismo, puntualiza que la “reticencia a recibir vacuna sube a 30% fuera de las urbes”. Con estos datos, podemos decir con cierta propiedad que un 30% de la opinión pública encuestada es reticente a vacunarse.
Pero, ¿Qué es la opinión pública? y ¿Cómo funciona? En este artículo no se pretende elaborar un tratado para responder estas interrogantes, sino solamente abordar brevemente sus orígenes, su uso mediático, los problemas de su empleo libertino y el interés de crear una opinión pública favorable a determinados intereses o momentos coyunturales.
Los orígenes de la opinión pública, se remontan según (Vincent, Opinión Pública, 1994), desde Platón, Aristóteles, Rousseau (1762) hasta Hovland, Lumsdaine y Sheffield (1949). Aunque algunos políticos y economistas, como Quesnay y luego a Turgot y Mirabeau* afirman su surgimiento en la antesala de la Revolución francesa (1789). A partir de esta, se principiará a debatir acerca de doctrina de la opinión pública (siglo XVIII)
Algunas de las referencias consultadas inician por aclarar, que aun no termina de concluirse en una definición aceptable de opinión pública, para los sociólogos, políticos, y últimamente para los psicólogos. Una de las conceptualizaciones generales la identifica, como: “El conjunto de opiniones individuales del público, que manifiestan poder sobre lo público.
Warber, considera a la opinión pública como “la reacción popular frente a unas declaraciones o preguntas”, o como la de Dowse y Hughes, para quienes la opinión pública consiste en “una respuesta verbal a una cuestión particular” citados por (Bobillo, 1987)*. En tanto, que Burdeau indica que no es el nombre de algo, “sino la clasificación de una serie de algos, distinguiendo entre opinión pública y voluntad popular”, para Albig, es: “… una expresión sobre un punto de controversia” y Lowell, la asume como: “el juicio de una mayoría que no es resistido y vale como juicio unánime” (*).
Bobillo, citado en párrafos anteriores, propone cuatro caracterizaciones – racionalidad, publicidad, generalidad y funcionallidad-, para identificar la opinión pública. En cuanto a la racionalidad, indica que: “Lo que ahora es un presupuesto de la opinión pública burguesa había sido una idea en la que estuvieron de acuerdo buena parte de los grandes pensadores políticos desde Aristóteles hasta Hegel. Esa idea era «la unidad de la razón humana». De este modo se entendió que la razón era algo objetivo, universal, de lo que el hombre, es”.
La segunda característica, es la publicidad. Inicia explicando que según Kant “lo público es el ámbito en donde la razón adquiere su diemensión práctica” Aduce, tambien, que esa dimensión social del pensamiento humano, “sólo puede lograrse con la publicidad”, que se manifiestacon la aparición de “periódicos, por medio de boletines de noticias comerciales o como new letters”, que informaban al público de los debates de las Cámaras. Que le permite al pueblo conocer el debate político desde el punto de vista informativo, pero es la “…Burguesía, convertida en público crítico”, quien más se apropió de ese espacio mediático.
La generalidad, es la tercera característica de la opinión pública denota lo colectivo y niega lo exclusivo. Pero esto presenta por lo menos dos limitaciones: “La primera de ellas es que no deben tener derecho a opinar aquellos que, como decía Kant, están enajenados socialmente”, la segunda consiste en admitir “que la opinión pública no debe estar organizada, no tiene estructuras; como decía Tonnies, no se cosifica. De nuevo, tanto los valores individuales como colectivos” y una tercera según el suscrito, son las limitaciones del libre acceso a espacios mediáticos -televisión, radio y periódicos- a temas que no tienen mayor rentabilidad económica.
La cuarta consideración propuesta por Bobillo, es la funcionalidad. Según él, propia de la burguesía de acuerdo los criterios de la época estudiada. Esta condición se ha superado con las nuevas tecnologías de la comunicación (NTC), sin desestimar los obstáculos relacionados con los recursos financieros, responsabilidad y legalidad.
En el contexto de la funcionalidad, la opinión pública “se concibe por el liberalismo como un instrumento de legitimación del poder —atribuyéndole una capacidad política de obrar que no posee—, y sobre ella se construirá la visión del mundo liberal”.
Me atrevo a asegurar que la opinión pública, acepta la importancia de la existencia de los medios de comunicación -televisión, radios, periódicos, redes sociales-, como instrumentos necesarios para informarse y difundir información, aunque no necesariamente capaces de formar una opinión colectiva.
Prince, expresa que la prensa, “es considerada por los demócratas progresistas un instrumento para educar y formar al público” Sin embargo, el punto de vista de Lippmann, es que la prensa contribuye a los males de la opinión pública, por ello dice: “No es factible… y cuando consideras la naturaleza de las noticas, no es ni siquiera pensable… Si se ha de confiar en los periódicos, el deber de interpretar toda la vida pública de la humanidad, seguro que fracasarán, pues están condenados al fracaso, y en cualquier futuro continuaran fracasando” (1922). Lo que Lippmann no consideró, es que los medios no solamente generan opinión pública, a través de noticias y reportaje, sino también dan cabida a espacios de opinión.
En síntesis, la mejor opinión pública, se construye con el balance ético de la información que se difunde por los medios de comunicación. El alineamiento de notas, reportajes, entrevistas u opiniones sobre un asunto en particular, quizás con buena intención, terminan por agotar la credibilidad y confianza del público, que termina informándose a través de las redes sociales inundadas de fake news, lo que contribuye a una mayor incertidumbre y confusión acerca de la realidad.
La opinión pública no es “un tribunal anónimo e impersonal, con atributos de infalibilidad, externalización, y unidad; características de la antigua autoridad absolutista”, como lo manifestaron Ozouf, 1988 y Baker 1990 (citados por Price), sino una libertad humana, garantizada por la libertad de pensamiento y, en consecuencia, de expresión.
