Por: José Pablo Rodríguez
Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos. Elegido para representar a una de las naciones más influyentes -y controversiales- a lo largo de la historia mundial; hoy, quiere beneficiarse por medio de tan importante cargo. Su propaganda política se basaba en el lema Let’s make America Great again, con sus discursos populistas llegó a acaparar los votos de la mayoría de estadounidenses que se dejaron llevar por propuestas del ignorante empresario, como abandonar el acuerdo de París. Pero, ¿Quién saldría engrandecido al salirse de este acuerdo?
Bajo la premisa de que abandonar tal acuerdo iba a ser de múltiples formas beneficioso para la nación norteamericana Trump hizo una dura campaña en contra de las medidas ambientales tomadas por Obama. Buscó tapar el sol con un dedo donando a Parques Nacionales la insignificante cantidad de $78,000 en el primer trimestre de su gobierno. Era de esperarse, con millonarios ingresos mensuales provenientes de sus múltiples empresas. No señor Trump, no nos tragamos su mentira. Queremos más que un premio de consolación.
Luego, el presidente norteamericano siguió llevando a cabo sus políticas incomprensibles. Nombró a Scott Pruitt como director de la Agencia de Medio Ambiente de su país. Este político es un escéptico del cambio climático: sí señores, es como poner a un terrorista a dirigir un ejército en contra de ISIS. El dirigente del país del norte se ha esmerado en hacernos creer que el calentamiento global es falso cuando el 97% de la comunidad científica sustenta su existencia. Incluso ha acusado directamente a China de ser el inventor de este fenómeno para poder “crecer económicamente”. Pues, ¡Qué excelente inventor es el país asiático!, no sé cómo ha logrado fingir temperaturas cada vez más calientes año con año; o incluso, cómo ha causado desastres naturales como el Niño o la Niña cada vez más extremos.
Irónicamente, la nación a la que Trump acusa de creadora de un tremendo complot ha pasado a ser la líder en temas ambientales. Solo en 2016, en China se invirtieron aproximadamente 102.9 mil millones de dólares en energía renovable. No señor Trump, China no pudo haberse inventado esta gran problemática si es el país que más invierte en fuentes de energía verdes.
Así continuó Trump, tomando decisiones cada vez más erróneas que lo llevaron recientemente a abandonar el Acuerdo de París (firmado por más de 175 naciones). Fundamentó su decisión en estudios del 3% de la comunidad científica y en la recuperación de “miles de empleos de minas de carbón” (así como el posible crecimiento económico de algunas de sus empresas). En vez de promover la inversión para la creación de empleos en industria de energía renovable.
Mr. Trump ha ignorado completamente una tendencia obvia: las energías renovables año con año se vuelven más baratas, confiables y utilizadas a nivel global (en el año 2016 se añadió seis veces más generación de electricidad mundialmente de fuentes renovables que en 2004). Esta tendencia más que un capricho, es el relevo obvio de los combustibles fósiles.
Esta decisión desencadenó muchas reacciones: desde presidentes de muchas naciones condenándola, principalmente el presidente francés Macron; hasta empresas como Shell y Exxon, oponiéndose a la decisión. Irónicamente, estas dos últimas empresas han invertido mucho dinero en los últimos años en búsqueda de energía renovable y han demostrado que no están cegadas por enriquecerse a costas de la destrucción del planeta. Las únicas felicitaciones que recibió Trump fueron de mineras de carbón de EEUU y algunos senadores muy conservadores.
Las redes sociales se encargaron del resto; hubo varias publicaciones de fotos de monumentos importantes alrededor del mundo iluminados de verde. Incluso el presidente francés invitó a la comunidad científica a seguir con sus investigaciones en Francia. La salida de EEUU causó una unión a nivel mundial sin precedentes.
A Trump le salió el tiro por la culata, su objetivo de “hacer Estados Unidos grande otra vez” solo se quedará en una aspiración pues, esta vez, solo logró hacer el Acuerdo de París grande otra vez. Washington perdió la batalla ante un París que curiosamente abarca 175 países.