El encierro puede llenarse de optimismo cuando se conoce que algunas de las principales obras artísticas, literarias y científicas fueron creadas en confinamientos obligados de sus autores debido a diferentes epidemias.
Redacción Perspectiva.
En 1606, la peste bubónica azotaba la ciudad de Londres, Inglaterra. William Shakespeare, quien se refugiaba en el campo cada vez que llegaba una epidemia a la poco higiénica capital, no pudo partir en 1606 y debió quedarse confinado en su hogar.
Este encierro lo inspiró a escribir dos de sus obras más dramáticas: Macbeth y el Rey Lear.
Hacia 1665, también en Londres, la temida peste volvió a aparecer e Isaac Newton pasó una larga temporada de encierro en su biblioteca: 18 meses que aprovechó para terminar su obra Philosopjiae naturalis principia mathematica, que representó una revolución del pensamiento científico. En ella explica la teoría de la gravedad.
En 1873, durante una de tantas epidemias de cólera, Nicola Tesla, quien vivía en un pueblo croata, sufrió la enfermedad en su adolescencia. Esto lo obligó a pasar meses en cama, donde decidió estudiar ingeniería. Luego de la cuarentena, el padre lo mandó al campo para recuperarse.
En la soledad, Tesla imaginó varios proyectos increíbles para la época, como un cinturón flotante o un tubo submarino que enviaba mensajes. Poco después inició sus estudios formales y todo el mundo conoce el resultado de ello.
La Gripe Española, que hasta hace poco era la última de las más famosas pandemias, obligó a que el pintor noruego Edward Munch, conocido por la obra El Grito, pasara en 1918 un largo período de enfermedad. Durante meses pasó luchando contra la enfermedad y el legado de ese confinamiento es su Autorretrato con gripe española.